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miércoles, 28 de octubre de 2009

Vivir y sobrevivir a 10K

Amigos,

Sigue una muy buena contribución de nuestra colega y amiga Constanza.


mi primera corrida 
Vivir y sobrevivir a 10K

Frío. Viento. Música a todo volumen. Diez mil almas corriendo 10 kilómetros en el centro de Santiago. Una de ellas es periodista de Revista Ya, quien debuta en las lides del running. ¿Por qué el trote está conquistando a las chilenas? Lea y entérese.  

Por Ximena Urrejola B.
Diez minutos para las nueve de la mañana del domingo 18 de octubre. Frío invernal sobre Santiago. Incluso viento. Las calles están vacías. Inhóspitas. La capital descansa de la fiesta sabatina. Pero a un costado del Museo de Arte Contemporáneo, en el Parque Forestal, diez mil almas apretujadas que se estiran, elongan y dan pequeños saltos para "calentar", producen un rugido que llega a dar miedo. La música -un rock pesado a todo volumen- no deja alternativas. Pienso: si no puedes contra ellos, únete. Pero, de igual forma, es imposible no preguntarse: ¿Qué hago aquí a punto de participar en la corrida "10K" (10 kilómetros) de Nike? Muerta de frío, de ansiedad. ¿Seré capaz de llegar a la meta o tendré que tomar un taxi en la mitad del camino para irme a mi casa, con la cola entre las piernas? La verdad, estoy preparada para eso: en el pequeño -y estratégico- bolsillo trasero de mis "patas" negras llevo ocho mil pesos en billetes. Mujer prevenida vale por dos.

A las nueve en punto, un animador absolutamente sobregirado, que grita, da la partida a la carrera. La masa humana, vestida con poleras rojas de manga corta, se lanza a la calle como escapando de los leones en África. Como locos. Yo espero un poco antes de comenzar a trotar. Cerca de diez minutos. Para que esta masa humana despavorida no me deje tirada en el suelo y me arrolle, como una estampida de elefantes. Total, el tiempo de cada participante quedará registrado gracias a un chip que todos llevamos en las zapatillas, y que se activará una vez que pase por los sensores de la largada.

Parto de las últimas calle abajo. Desde el Museo tenemos que cruzar el río Mapocho hasta Avenida Santa María por el Puente de la Paz. En esa esquina, un grupo de turistas japoneses saca fotos. Como si realmente estuvieran en el Continente Negro y los que corremos fuéramos una manada de cebras o antílopes. Mientras miro a mi alrededor observando el variopinto grupo que me rodea, me preocupo de ir respirando lenta y profundamente. Como me enseñaron en el colegio, hace muchísimos años ya. Inhala, exhala. Inhala, exhala. Pienso que si ordeno la respiración, tengo más oportunidad de llegar a la meta. Y lo pienso porque los que van conversando como si nada -copuchando- son los primeros que van quedando en el camino.

 Adelante mío va el Hombre Araña, pero lo pierdo de vista a los pocos segundos. Unos minutos después, pasada la Clínica Santa María hacia la cordillera, diviso a Flash Gordon. Pero también se escapa, como un flash.

Veo que se están instalando los caseros de la feria libre que se establece todos los jueves y domingos en esta arteria. Mientras pelan los primeros choclos de la temporada y ordenan cajas con tomates y zanahorias, algunos gritan, divertidos: ¡Dale, dale! ¡¿No querían salir en la tele los perlas?! ¡Póngale pino, mijita! A esa misma altura, la modelo Bernardita Ascuí está a un costado del camino, manipulando su Ipod: ¿se habrá rendido tan rápido? Yo sigo. Vivo. Sobrevivo. Primera vez que me aventuro con 10 kilómetros. Aunque empecé a correr en febrero pasado, no lo hago más de veinticinco minutos dos o tres veces a la semana. Con suerte.

 A la altura del hotel Sheraton, justo donde la calle tiene una subida empinada y desafiante, me sobrepasa, ágil, un matrimonio. Cada uno lleva un coche y, en cada coche, va una guagua. Valor. No puede ser. Pero no aflojo. Escucho a una mujer que le dice a su amiga y compinche: No queda tanto... Miro por encima de las cabezas y aún veo un mar humano color rojo en frente mío. Lejos, muy lejos, en un espacio y un tiempo que siento inalcanzables, unas cuantas almas rezagadas van cruzando por el Puente Suecia de vuelta a avenida Andrés Bello.

Un boom entre mujeres

Según el sitio www.corre.cl, durante 2008 se organizaron 164 corridas en todo Chile. Incluso algunas se organizaron sólo para mujeres. En muy pocas sobraron cupos. Este año, hasta ahora, la más demandada ha sido la maratón de Santiago, de abril pasado. De 12 mil cupos que ofreció en 2008 pasó a 16 mil en 2009: las dos veces se copó. Aunque estas cifras aún son pobres si se las compara con las que manejan maratones como la de Boston y Chicago, en Estados Unidos: no bajan de las 50 mil personas.

 ¿Y qué pasa con las mujeres? ¿Por qué corren?

En los últimos ocho años se triplicó el número de féminas entusiasmadas con este deporte. Mientras hace diez años la convocatoria femenina en las corridas era mínima, en esta "10K", el 40 por ciento de las diez mil personas que corrieron fueron mujeres: exactamente 4.211.

Aunque en los últimos tres años ha aumentado el número de mujeres menores de 30 años dedicadas al running, correr es -hasta ahora- una actividad distintiva de mujeres sobre los 30, e incluso sobre los 35. Según el personal trainer y fundador de Full Runners Chile, Marcelo Gálvez, una de las principales razones es que no hacen falta más que las ganas y unas zapatillas para salir a correr. Y que a esta edad las mujeres empiezan a ver cambios más violentos en sus cuerpos -después de los hijos- que quieren revertir o frenar. Full Runners Chile empezó hace seis años con sólo una socia mujer. Hoy son 50, de un total de 500 socios. La mayoría de ellas son profesionales que se hacen un espacio entre la rutina del trabajo y sus hijos: o muy temprano en la mañana (tipo 5 y media), a la hora de almuerzo o entre reunión y reunión.

 No me extraña. Al lado mío veo a muchas. De todas las edades. Una de ellas es Luisa Rivas, de cincuenta y tantos años, profesora de inglés. Trota desde hace 20, ha ganado medalla de oro en los dos campeonatos mundiales de atletismo amateur master (de 35 años para arriba) en los que ha participado, y su excelente estado físico le salvó la vida. En 2005 su auto fue uno de los que cayó al agua cuando colapsó el puente del río Loncomilla, en la VII Región. Estuvo media hora nadando contra una fuerte corriente y, además de salvarse ella, sacó del agua a su hermana y al hijo de ésta.

También hay jóvenes, como una veinteañera que se lanza a toda velocidad, pero que un poco más adelante veo jadeando, agachada y con las manos apoyadas en sus piernas. Paso por su lado. Cuando llevo unos minutos sin ver sus "chapes" tipo la Chilindrina, de nuevo corre por mi lado a toda velocidad. No imagino qué está buscando con esa estrategia. Pienso que no va a llegar a ninguna parte. También se ven muchas señoras de la tercera edad. Al llegar al puente Suecia me sorprendo al lado de una mujer de unos 70 años, con shorts ajustados, polera ídem, anteojos de lectura y recién pasada por la peluquería. Me imagino que durmió con los "cachirulos" puestos por la perfección de su melena, incólume al frío, al viento, a la humedad. Me saco el jockey en frente de ella. Hipotéticamente, claro.

En el kilómetro cinco, voy impecable. Lo más difícil -pienso- es el comienzo. Los primeros dos kilómetros, tal vez. Al rato, por el cansancio, analizo -con cero optimismo, es cierto- que jamás llegaré a la meta, aunque a mi lado vayan gordos y flacos, esbeltas y obesas -sí, obesas-, viejos y gente de mi edad. Trotando o caminando. Hasta niños en bicicleta se ven entre los cuerpos. Y gringos despistados y sonrientes que salieron a trotar esta mañana y se encontraron en medio de una masa humana -de una marea roja- que no los deja escapar.

Porque, a pesar del cansancio, de repente, el cuerpo comienza a correr solo. Sí, solo. Entre el kilómetro dos y el siete, mis piernas corren solas. No me siento agitada. Apenas transpiro. Incluso siento un poco de frío. Pienso que el exiguo entrenamiento realizado durante el año -que jamás imaginé terminaría en una "10K", como le dicen- parece suficiente para no hacer el loco y tener que escapar en un taxi, vencida.

Un final feliz

Trinidad Subercaseaux, gerenta general de Santiago Runners, otra agrupación de corredores que convoca a 52 mujeres entre sus 250 socios, piensa que el éxito del running se entiende porque cada uno es dueño de la hora en que lo practica, y porque exige menos esfuerzo que otros deportes. Y que muchas mujeres ejecutivas y profesionales lo adoptaron -y lo están adoptando- porque no tienen tiempo de hacer otra cosa. Otra razón -según los que se mueven en este mundo- es que, a pesar de ser un deporte individual, a las mujeres les permite generar lazos entre ellas en torno a un objetivo común. En ese aspecto, Sergio Mujica, presidente del Club Santiago Runners, dice que ellas llegan con sus primas, con sus amigas, porque no quieren trotar solas:

"Correr tiene sus etapas, como pasar del pre-kínder al kínder: una mujer que empieza en los 10K se interesará después por los 21K, y no querrá seguir haciéndolo sola. Buscará una vinculación de amistad con un grupo", dice.

La mayoría de las mujeres que corre se junta en el club Stade Francais y también en la Escuela Militar, donde hay buenos trazados de running. También en el bandejón central de Américo Vespucio, en Vitacura y Las Condes. En el de Pocuro, en Providencia. En Pedro Fontova, en Huechuraba; en el Parque Intercomunal de La Reina; en Los Trapenses, en La Dehesa. El grupo "Vespucio Runners", con 53 socios, 16 de los cuales son mujeres, se junta los fines de semana en la bomba de bencina de Américo Vespucio con Vitacura. Otro grupo es el "Manquehue Runners", una asociación de ex alumnos del Colegio Manquehue.

Sergio Mujica no deja de tener razón en cuanto a correr en grupo. Yo, que cada vez que troto lo hago sola, ahora que conozco lo que es hacerlo acompañada -y por miles- pienso que no hay por dónde perderse. El silencio, interrumpido por cientos y cientos de pisadas que pegan sobre el asfalto al mismo tiempo, no deja de ser un espectáculo sonoro emocionante.

También es digno de vivirse llegar a la final de una carrera cuando se tenía cero expectativa. A pesar de que en el kilómetro siete me empezaron a molestar los tobillos. En ese momento pensé que no estaban siendo capaces de sostener mi cuerpo. Que, quizás para la próxima, tendré que hacer un poco de pesas para las piernas. Las rodillas también las sentí, pero menos. Lo que sí es extraño es que -también en el kilómetro siete- no sabía qué hacer con los brazos. Los sentía inútiles. Paralizados. Medio congelados. Para qué decir los dedos de las manos.

Kilómetro ocho, kilómetro nueve, kilómetro diez. ¿Cómo es que llegué hasta aquí? Misterio. Todos los corredores obtienen su medalla por la tarea cumplida y reciben naranjas y plátanos y bebidas isotónicas para revivir.

Luisa Rivas hizo 57 minutos, pero su tiempo normal es de 39. Esta vez convenció a su hija de 18 para que la acompañara, y su meta fue no sobrepasar la hora. Javiera Contador bajó seis minutos su tiempo del año pasado: llegó en 49 minutos, los mismos que ocupó la actriz Luz Valdivieso para llegar a la meta, ambas miembros del "team Nike". Mi marca fue de 1 hora y dos minutos. Nada de mal si pienso que el mismísimo ministro de Hacienda, Andrés Velasco, a quien veo todas las mañanas ejercitándose por las calles, hizo 1 hora 5'11" en los 10 kilómetros de la Maratón de Santiago en abril pasado (bueno, a lo mejor iba arrastrando el coche de una de sus hijas).

Ocupé el lugar 999 en la categoría entre 20 y 39 años. Lugar general de la carrera: 5.532. Pienso en el periodista Matías del Río, quien hace un año dijo que correr diez kilómetros era "para niñitas". Sí, es para niñitas. Y para mujeres, hombres, jóvenes y viejos. Si no, pregúntenle a los más de cinco mil machos que corrieron la "10K". Al Hombre Araña, a Flash Gordon, al presidente del Banco Central, José de Gregorio, y a Sportacus.

Texto enviado por: Constanza Mac-Lean

Saludos cordiales.

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